"Viajes en el tiempo a través del estomago"
Martes, 8:45. La micro se detuvo en un paradero que coincidió con la luz roja, quedó frente al cartel hecho a mano que permanecía pegado con scotch en la ventana de una casa segundo piso en alguna esquina de Valparaiso. En la parada subieron dos mujeres, una colorina y una rubia, la colorina se sentó detrás del chofer, la rubia caminó por el pasillo y se sentó adelante de él. Durante los 30 segundos Alejandro intento explicar el anuncio, al partir la micro los hombros de la rubia se levantaban con cada respiración, despues de unas cuantas cuadras recien fue notorio su llanto al sacar un pedazo de papel higiénico de su cartera, No era linda, pero una persona que llora siempre llama la atención, Todos creen poder ayudar, todos se sienten un poco superior por no estar llorando. Nadie la había notado, sólo Alejandro, pensó en sentarse a su lado y hablarle, era mayor, él con 19, representaba 16, y ella representaba 40. Otros problemas, pendejito tierno, gracias por intentar ayudar a esta vieja, una escena patética pero por suerte aún evitable. Se quedó quieto en su asiento y miró por el empolvado vidrio, ofertas de completos, cervezas a 1900, era tarde para el trabajo, curiosidad por la señora, puso el Discman, dió dos vueltas el cd y la pila como muerte agonizante dejó de dar fuerzas para girar, el disco de Paris Combo se quedó sin sonar, que lástima, un buen día de invierno se comienza mejor con Seus la lune, y la rubía parecía poesía entre la neblina matinal y el encierro individual de cada uno en esa fría y pequeña micro, el olor a puerto en la mañana es el olor de todos los puertos del mundo, con las miles de despedidas, eternas y pasajeras, Valparaiso amanecía cada mañana para nunca terminar y Alejandro iba a trabajar, hubiera querido trascender, quizás lustrar botas, o vender flores, contarle a sus nietos que fue poeta, pero en cambio se dirigía al Jumbo para atender un local de comida rápida. Que dignifica la callampa, los trabajos te hacen entender que no eres nadie, se dijo, pero al volver a oír suspirar, se acordó que se sentía un poco mejor, al menos no lloraba, al menos no tenía pareja con quien tener conflictos ni padres enfermos ni mascotas qué perder, No tenía mucho pero eso le permitía arriesgar menos. Cruzó el Mercado, se puso de pie y tocó el timbre, se despidió de la rubia simbólicamente, le deseo alegría y caminó al trabajo. Otro día detestable.
Jueves, 8:50. Se había quedado dormido, y se bañó tan rapido que la ducha no alcansó nunca a ser agradable,cinco minutos tarde no debieran molestar a nadie, el mismo recorrido, las mismas paradas, dos personas conocidas de vista subieron a la micro, todos los días la rutina, todos los días la poesía desperdiciada de Valparaiso. Debieran ser cada mañana como el primero que pasé, cuando estaba enamorado, y el Muelle Barón fue el escondite para pasar una noche de verano, nos abrazamos y nos dimos calor mutuamente, nunca tirité tanto, nunca alguien me dió tanta seguridad. El mismo cartel de los viajes en el tiempo. La micro se detuvo justo en frente, pudo ver que en la ventana del anuncio había gente en pie, y le llamó la atención, la mañana no parece adecuada para viajar en el tiempo, subió un hombre gordo con aspecto de compadre moncho, camisa abierta pese al frío de invierno en puerto, cadena de oro, y lentes oscuros, ocultaba su llanto, las lagrimas gruesas que corrían por su reseca piel lo delataban. Se sentó en el mismo asiento pero en el otro pasillo. Alejandro lo miró de reojo, evitando causarle molestia a un hombre bien hombre que llora en una micro. Borrachera de esas malas, pensó, pero quien sabe, un macho de estos no llora por nada."qué edad tienes, hijo", le preguntó de un lado a otro el hombre.19 respondió Alejandro, con rostro serio. "Disfruta la vida, cuando tuve tu edad fuí feliz, disfruta tu vida, cada día no vuelve" Dijo y miró por la ventana con un gesto que podría haber parecido desprecio de no haber caido como un desplome en lágrimas, se cubrió la cara y se permitió llorar con solllozos sonoros. Alejandro tambien corrió la vista hacia el vidrio para no incomodar. El sonido del motor acelerando era la banda sonora para la intimidad. "No llegues a mi edad creyendo ser algo que nunca fuiste". Alejandro quiso abrazarlo como si fuera su padre, pero jamás abrazó a su padre y no sabía como abordar a un hombre. Se fueron en silencio hasta que debió bajar, se puso de pie, y le tocó el hombro, el hombre le tomó la mano, y aún llorando se la apretó como entregando una llama. Entró al trabajo, hiso 80 hamburguesas con nombres en ingles y salió cuando ya comenzaba a oscurecer.
Miercoles. 8:39, Los días anteriores se fue en la micro solo, el frío era más frío si nadie tomaba la micro. en el fin de semana siempre veía gente que se dormía en la micro, y pasaba de largo, él iba cuando los otros volvían de quien sabe qué noche. Aveces se sentía triste, no bebía hace más de un año, de cuando aún tenía pareja y creía poder estudiar Trabajo Social, ahora su vida era un trabajo de mierda y una relación distante con padres juntos, pero sin comunicación entre ellos. Volvió a ver el letrero, miró el reloj, y se prometió al día siguiente salir mas temprano de la casa y bajar sólo a preguntar de que se trataba los viajes. Nadie subió ese día en ese semáforo, nadie lloraba ese día, quizás por eso se sentía triste.
Jueves 8:20 La micro, una mañana menos fría que las otras, el sol brillaba hermoso, el eco de la ciudad que despierta era tan frío, miró el mar y pensó que no estudiaría nunca, el destino debería ser viajar, si habían barcos, si habían trenes y buses, él no debería ir a encerrarse a ese local con olor a grasa. Luz roja, el anuncio de siempre "Viajes en el tiempo a través del estomago" de pie, tocó el timbre y al bajar en el paradero una mujer de pelo negro ondulado lloraba en el paradero. Se sentó junto a ella, estaba muy helado "Quieres un cigarro" le dijo, ella ocultaba su rostro, de algún modo se sentía familiarizado con los llorones, "Te lo agradecería" recibió el cigarro, Alejandro se lo encendió y no quiso hablarle de nada. "¿Necesitas algo? o prefieres que me vaya". Gracias, le dijo ella, quien sabe, nadie tiene quien lo escuche aveces. Guardó el encendedor y caminó. Subió las escaleras, ya de hace días que no salía con el discman, se preguntaba cual había sido su último disco favorito y de tanto tiempo que la música no le daba sensaciones nuevas, quizas el último fue ese de Elliot Smith que le regaló Sofía, quizás sólo le gustó por ella. Golpeó tímido, podría no haber nadie. Le abrió la puerta una viejita de unos 60 años. "Viajes en el tiempo", dijo él a modo de pregunta, ella sonriendo le dijo que si, lo invitó a pasar
¿Como es eso?, ella sonrió y le dijo, "es solo una manera de decir, yo hago comidas, lo que tú quieras, no soy cocinera, sólo hago comidas, dime hijo qué quieres comer" él la miró sonriendo algo arrepentido, tenía 30 minutos para estar ahí, y no tenía hambre, parecía haberse equivocado, el nombre resultaba más atractivo que lo que ofrecía "es temprano, mmm, un desayuno," "con qué lo quieres?" no lo sé, dijo mientras analizaba el lugar, era una casa de material ligero, llena de cuadros y fotografías, "podría ser pan con mermelada", ella sonriendo siempre, caminó lentamente hasta la cocina y lo invitó a pasar. "Luego me pagarás si es que crees necesario, y tú pondrás la cifra", entraron a una cocina estrecha, con una mesa y una silla de madera y mimbre. Alejandro se sentó y ella puso la tetera, comenzaron a hablar, Alejandro insistía en saber datos sobre la falsa publicidad de viajes en el tiempo, ella le dijo que no sabía nada, era analfabeta, su nieto había hecho el anuncio, ella sólo sabía cocinar. Se movía de un lado a otro, como ocupando más ingredientes de los que se necesitan para un desayuno. a Los 15 minutos le puso una taza blanca sobre un individual, y unas tostadas con mermelada. y un plato con ciertas frutas, parecía ser un pastel "Estaré en la pieza del lado" le dijo y salió, él se quedó solo en la cocina y comenzó a comer. Miró cada uno de los alimentos, como tratando de distinguir qué comía. En la primera mordida de la tostada, un extraño recuerdo, Era el primer día de clases, su madre lo había despertado a las 7:40, pero desde las 6 que no podía dormir, se puso por primera vez un uniforme que no sabía que nunca mas se podría sacar, el olor a goma de los zapatos nuevos era como hacerlo sentir adulto, las camisas tenían olor a tienda, y la corbata era hermosa, tan responsable, se veía tan elegante, habia tanta energía y miedo. El desayuno fue leche con tostadas con mermelada, era la misma comida, el mismo olor a membrillos de marzo, el mismo olor de la mañana humeda y putrefacta de Talcahuano, comió rápido y abundante, pidió un pan más, la madre se lo hiso mientras le hacía la mochila, Era roja pequeña y con olor a plástico, le guardó un plátano, una manzana, un jugo sabor naranja y dos galletas de mantequilla, sólo llevó un cuaderno Mistral de 60 páginas con corchetes, forrado en Nylon verde con una etiqueta que mas tarde sabría que decía Alejandro Primavesi. Al llegar al Kinder habían varias mamás con sus hijos, lo recibió la tía Paula y los invitó a sentarse, las madres no entraron a la sala, sólo los miraron desde la ventana, Alejandro miraba a su mamá y la saludó, ella le enviaba besos, era aquella epoca en que hablaban más y se besaban mucho, el padre no estaba porque en ese tiempo trabajaba de nochero en el puerto. La mamá aún creía ser una pequeña familia feliz, aún no se enteraba de la infidelidad de su esposo, aún no venía el aborto por golpes del que sería su segundo hijo, En ese tiempo ella lo recibía con cariño, y Alejandro oía a través de las delgadas paredes cuando se besaban, el padre tambien se atrevía a darle cariños y jugar con él, más tarde la culpabilidad le impidió mirarlo a los ojos, se fueron volviendo extraños. Terminó de comer y abrió los ojos, como si no los hubiera abierto desde hace mucho tiempo, miró alrededor y la cocina le pareció el lugar donde siempre debía haber estado, los vidrios estaban empañados y su vista tambien, una estela de lágrimas no le permitían mirar con claridad. abrió la puerta de la cocina y estaba la vieja tejiendo, quiso abrazarla, pero apenas la conocía, pensó en volver a abrazar a sus padres, hablar, quizas perdonarlos. Le pagó 3 mil pesos, que era lo que creía correspondía por la comida.
Se fue como aturdido sintiendo ser un fantasma, se sentó en el paradero, esperó la micro y se dió cuenta que le quedaban 5 minutos para llegar al trabajo, se decidió no ir. Con 19 años, y una familia disfuncional, no necesitaba el dinero de un día de trabajo, necesitaba el cariño de alguien, pensó en ir a abrazar a sus padres, en contarles que aún se acordaba. La mañana al fin alcansó la poesía de Valparaiso, tomó una micro hasta Laguna Verde y se quedó durante horas mirando como las pequeñas olas reventaban en la arena, sentía que el mar lo acompañaba, el viento lo limpiaba de todos los males, sintió la enorme necesidad de una pareja a quien contarle los asuntos. Volvió a su casa a la misma hora de siempre, como una jornada de trabajo. Se durmió
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